Cuando ya no quedó nada que comer en los platos, el capitán
se limpió con la esquina del mantel, y habló en una jerga procaz que acabó de
una vez con el prestigio del buen decir de los capitanes del río. Pues no habló
por ellos ni por nadie, sino tratando de ponerse de acuerdo con su propia
rabia. Su conclusión, al cabo de una ristra de improperios bárbaros, fue que no
encontraba cómo salir del embrollo en que se había metido con la bandera del
cólera.
Florentino Ariza lo escuchó sin pestañear. Luego miró por
las ventanas el círculo completo del cuadrante de la rosa náutica, el horizonte
nítido, el cielo de diciembre sin una sola nube, las aguas navegables hasta
siempre, y dijo:
- Sigamos derecho, derecho, derecho, otra vez hasta La
Dorada.
Fermina Daza se estremeció, porque reconoció la antigua voz
iluminada por la gracia del Espíritu Santo y miró al capitán: él era el
destino. Pero el capitán no la vio porque estaba anonadado por el tremendo
poder de inspiración de Florentino Ariza.
- ¿Lo dice en serio? – le preguntó.
- Desde que nací – dijo Florentino Ariza - , no he dicho una
sola cosa que no sea en serio.
El capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los
primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su
dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es
la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.
- ¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y
venir del carajo? – le preguntó.
Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía
cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.
- Toda la vida – dijo.
Del libro "El amor en los tiempos del cólera"
Gabriel García Marquez ( GABO)
PD.
yo y mi manera absurda de vivir de los libros, de enamorarme de ellos, de vivir con ellos...
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