"Seguimos siendo todos, en algún sentido, como el atribulado Bonaparte. Todos presa fácil, demasiado habitual, de nuestras propias emociones, de nuestra vulnerabilidad oculta..."
Nunca deja de cautivarme la peripecia tragicómica del pequeño corso obsesionado con la conquista de Europa, y hasta de Egipto, donde pronució, entre otras, su frase inmortal: "Soldados, desde estas pirámides cuatro mil años de historia os contemplan". Curiosa, por decir lo menos, la biografía de Bonaparte, muy representativa de lo que ha sido, en nuestra era moderna, el devenir de la masculinidad.
Cuatro mil años de historia y la concreción temporal de su muy arraigado sueño de dominaciòn no consiguieron librarlo, pese a todo, de sus muchas inseguridades y de sus desgarros en el frente de sus tropas, confrontándose sin temor a las balas y las bayonetas enemigas, sufría en su fuero íntimo por los cuernos que Josefina le imponía en París con cualquier oportunista a la mano. El pequeño gran hombre al que muchos consideran, todavía hoy, el mayor estratega de la historia, el general avezado al que sus adversarios atribuían un carisma y una mística equivalentes a una división completa de hombres, no tenía control alguno sobre el frente hogareño, donde sucumbía, en cada vuelta a París, como adolescente carente de toda gallardía, estratagdo como un niño por los celos y las suspicacias, incapaz de resistirse al encanto de la muy voluble Josefina .
Cuatro mil años de histora no han cambiado muchas cosas. Segumos siendo todos, en algún sentido, como el atribulado Bonaparte. Todos presa fácil, demasiado habitual, de nuestras emocionesy nuestros ardores inimaginables, de nuestra vulnerabilidad oculta, bien disimulada bajo los entorchados y las medallas, escuchándonos en el gesto adusto y las voz firme, y nuestras resoluciones tan arbitrarias. Siempre atentos al mandato aquel, implacable, de que "los hombres no lloran". Si hay algo en lo que no hemos progresado en absoluto desde la era bonapartista, si hay algo en lo que todos persistimos a tientas, como el pobrecito Napoleón, es en nuestra incapacidad radical de asumir expresas cabalmente nuestros sentimientos o el torbellino emocional que nos gobierna, la pasión que varios siglos de historia nos enseñaron a domesticar y mantener a buen recaudo. Y si queremos decir, por ejemplo, algo tan simple como " no quiero perderte" o "me duele cuando no estás", lo que aflora es el viejo cavernícola enfurruñado que solo conoce como guía su propia coraza de firmeza, de gruñidos formulados con precisión milimétrica, para resguardarse de todo eso que le duele adentro, con alguna chulería procáz o una sentencia escogida con pinzas para alcanzar deliberadamente al objetivo. Al más puro estilo de un Humphrey Bogart, con frases del tipo: "tengo mejores opciones que esto, muñeca". O: "esto está concluido, es hora de cerrar el archivo". Somos lobos aullándole su tristeza a la luna, eso apenas, a solas en alguna colina. Hasta que sobrevienen de nuevo la mañana, el nuevo día, y nos toca calzarnos de nuevo la sonrisa banal y la corbata, el maletín a punto y la ironía. Para salir, como el viejo Bonaparte, a conquistar el mundo a sangre y fuego y luego perderlo como él, paso a paso, fragmento a fragmento, sin entender mucho por qué.
NOTA: La biografía de Napoleón es sin duda interesante, en el aspecto de estratega, líder y conquistador, pero en cuanto a su vida amorosa es otro el cantar, pero luego de todo me gustaron unas líneas en una carta que le escribe a Josefina: "YO NO TE PIDO AMOR ETERNO NI FIDELIDAD, SINO SOLAMENTE... LA VERDAD, FRANQUEZA SIN LIMITES. EL DIA EN QUE ME DIGAS TE AMO MENOS SERA EL ULTIMO DE MI AMOR O EL ULTIMO DE MI VIDA".
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